III. Retratista de caballos en el swinging London En la segunda mitad de los sesenta, Londres desplazó a París como la ciudad de las modas que, partiendo de Europa, se desparramaban por el mundo. La música reemplazó a los libros y a las ideas como centro de atracción de los jóvenes, sobre todo a partir de los Beatles, pero también de Cliff Richard, los Shadows, los Rolling Stones con Mick Jagger y otras bandas y cantantes ingleses, y de los hippies y la revolución psicodélica de los flower children. Como antes a París a hacer la revolución, muchos latinoamericanos emigraron a Londres a enrolarse en las huestes del cannabis, la música pop y la vida promiscua. Carnaby Street sustituyó a Saint Germain como ombligo del mundo. En Londres nacieron la minifalda, los largos cabellos y los estrafalarios atuendos que consagraron los musicales Hair y Jesus Christ Superstar, la popularización de las drogas, comenzando por la marihuana y terminando por el ácido lisérgico, la fascinación por el espiritualismo hindú, el budismo, la práctica del amor libre, la salida del ropero de los homosexuales y las campañas del orgullo gay, así como un rechazo en bloque del establishment burgués, no en nombre de la revolución socialista a la que los hippies eran indiferentes, sino de un pacifismo hedonista y anárquico, amansado por el amor a la naturaleza y a los animales y una abjuración de la moral tradicional. Ya no fueron los debates de la Mutualité, el Nouveau Román, refinados cantautores como Leo Ferré o Georges Brassens, ni los cinemas de arte parisino, los puntos de referencia para los jóvenes rebeldes, sino Trafalgar Square y los parques donde, detrás de Vanessa Redgrave y Tariq Alí, se manifestaban contra la guerra de Vietnam entre conciertos multitudinarios de los grandes ídolos y soplidos de hierba colombiana, y con los pubs y las discotecas como símbolos de la nueva cultura que tenía a millones de jóvenes de ambos sexos imantados por Londres. Aquellos años fueron también, en Inglaterra, de esplendor teatral, y el montaje del Marat-Sade, de Peter Weiss, que en 1964 dirigió Peter Brook, hasta entonces conocido sobre todo por sus revolucionarias escenificaciones de Shakespeare, fue un acontecimiento en toda Europa. Nunca volví a ver en un escenario nada que se me grabara con tanta fuerza en la memoria.
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Hago cita de un fragmento del tercer capítulo de la novela más reciente del Sr. Mario Vargas llosa, Travesuras de la niña mala.
Una obra que relata un amor tortuoso desde su nacimiento en una ciudad peruana, y que recorre el mundo principalmente en Europa (con saltos a Asia). Nos grafica de una manera bien entretenida las cuestiones características de la época, como política, arte, literatura, cambios sociales, etc.; todo esto envuelve una historia de amor en donde impera el egoísmo de un lado y la abnegación-devoción por otro.
Ya adquirí el libro poco más de dos semanas luego de su puesta en circulación, lo leí y me encantó por las cosas que aprendí de cada ciudad, es como un baño de cultura general.
¡Hasta pronto!